Se acerca la Navidad. Recuperemos el verdadero sentido de esta gran celebración.
La Navidad es una época del año que evoca el gran misterio del amor inmenso de nuestro Dios.
Él, el Creador, quiso hacerse lo que Él hizo, para recrear lo creado y restaurar la naturaleza caída por el pecado.
Él, el omnipotente, se hizo pequeño y frágil para combatir nuestra soberbia.
Hoy me mueve a profundizar con ustedes la forma en que la estamos celebrando.
Debemos tomar conciencia de cómo las tendencias del mundo parecen moverse hacia un enfoque más consumista y pagano de la festividad.
Es esencial que volvamos a centrar nuestra atención en el verdadero significado de la Navidad: el regalo divino de Jesús.
A medida que nos acercamos a la celebración de este acontecimiento que dividió los tiempos en A.C. (antes de Cristo) y D.C. (después de Cristo), somos testigos de cómo, en muchas ocasiones, se ha intentado despojar a la Navidad de su esencia espiritual. La figura de San Nicolás ha sido transformada en Santa Claus, un símbolo que, si bien posee sus raíces en la generosidad, ha sido comercializado hasta el punto de desdibujar el mensaje central de la festividad. A menudo, en lugar de hablarles a nuestros niños sobre el verdadero significado de la Navidad y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, nos encontramos celebrando la figura de un personaje que promete regalos materiales, desviando así la atención de la verdadera razón de esta celebración.
Es fundamental recordar que, en el corazón de la Navidad, se encuentra el poderoso milagro de Dios, quien eligió hacerse como nosotros y nacer en la humildad. El nacimiento de Jesús en un pesebre, entre animales y en la fragilidad de un bebé, nos muestra un amor incondicional y una entrega sin límites. Nos invita a contemplar una paradoja divina: el Creador de todas las cosas se convierte en criatura, abrazando nuestra humanidad por amor a nosotros.
Este acto de humildad es una de las enseñanzas más profundas que podemos extraer de la Navidad. En un mundo que constantemente nos empuja hacia el consumismo y la superficialidad, el celebrar el nacimiento de Jesús nos recuerda que la verdadera riqueza se encuentra en Él en nuestros corazones, en amarlo y servirlo, como Él nos enseñó con su vida. La Navidad nos invita a dar y darnos como Él. Es tiempo de dar, no solo en términos materiales, sino también de ofrecer nuestro tiempo, comprensión y amor a quienes nos rodean.
En lugar de dejar que la presión comercial nos arrastre, tomemos un momento para enseñar a nuestros niños el significado espiritual detrás de la festividad. Relatemos la historia del nacimiento de Jesús, llenemos nuestras conversaciones de referencias a las enseñanzas de amor y servicio que Él nos dejó y que nos deja porque El vive. Hablemos sobre cómo el incondicional amor de Dios se manifiesta en nuestras vidas y cómo podemos, a su vez, reflejar ese amor hacia nuestros hermanos.
Es tiempo que recristianicemos la Navidad con la verdad del Evangelio. Esto fortalecerá nuestra fe y la de nuestros niños.
La espiritualidad de la Navidad nos llama a ser como el mismo Jesús. Este es un tiempo para reflexionar sobre nuestras propias vidas y nuestras prioridades. En vez de enfocarnos en adquirir cosas materiales, debemos enfocarnos en conocer más a Jesús para amarlo y servirlo como se merece, desbordando su amor en nuestros hermanos. Solo así, la Navidad se transforma en una celebración verdadera y con un significado profundo de la Navidad centrado en la llegada de Cristo a este mundo y a nuestros corazones. Volvamos a centrarnos en la verdad: ¡Navidad es Jesús! Que este sea un llamado a todos nosotros para que abracemos el verdadero sentido de la época, manteniendo vivos en nuestros corazones el amor y la esperanza que nos regala el Salvador.
Celebremos con alegría el nacimiento de Cristo, permitiendo que su luz brille en nuestras vidas y en el mundo que nos rodea. Que esta Navidad sea un tiempo de renovación espiritual y de reafirmación de nuestra fe en el rey que vino a traernos el amor verdadero. ¡Feliz Navidad!
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