A apenas 15 kilómetros del centro de Damasco, Duma era en 2011, antes de que comenzara la guerra siria, una próspera ciudad periférica donde sus 150.000 habitantes se sentían confiados, a pesar de su religiosidad tradicional, frente al laicismo y la modernidad de la capital. Ahora solo permanecen allí una tercera parte de ellos. Las señales de destrucción en la plaza de la mezquita central, donde los grupos de la oposición se reunían para organizar la lucha contra el régimen, dan ahora testimonio de la suerte corrida por el principal enclave insurgente damasceno. Su población civil padeció asedio por hambruna durante cinco años, algunos de los peores ataques químicos del conflicto y una brutal represión que vació sus casas y arrasó sus calles, convirtiendo la ciudad en un gueto de sufrimiento.