Por Matías Mastrángelo
¿Qué tienen en común un alemán comiendo sus tradicionales salchichas, un francés degustando sus típicos quesos y un italiano vistiendo sus famosos zapatos de cuero? Todos ellos, a través de sus consumos y costumbres, tienen una parte de responsabilidad, sean conscientes de ello o no, en la acelerada pérdida de biodiversidad en los bosques secos y sabanas del centro de Sudamérica.
El Gran Chaco Sudamericano se extiende por Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil sobre más de un millón de kilómetros cuadrados, una superficie equivalente a Francia y Alemania juntas. A pesar de extenderse por latitudes en las que en otros continentes solo hay desiertos, esta región estuvo hasta hace 30 años cubierta por bosques de madera dura, sabanas y humedales. Estos ecosistemas son capaces de absorber grandes cantidades de gases de efecto invernadero de la atmósfera y albergar una rica diversidad biológica y cultural.
Una desforestación acelerada
Desde mediados de los años 90, los beneficios que los ecosistemas de esta vasta región brindaban a la sociedad se están desvaneciendo a un ritmo acelerado debido a la deforestación para la expansión de la agricultura y la ganadería comerciales. De hecho, el Gran Chaco Sudamericano ostenta el triste récord de ser una de las regiones más deforestadas a nivel mundial.
Este fenómeno es impulsado por terratenientes de Argentina, Paraguay, Bolivia y Brasil, quienes sustituyen bosques y sabanas por monocultivos de soja y maíz, o de pasturas para el ganado vacuno.
Una gran parte de los granos, la carne, los cueros y el tanino producido en el Gran Chaco Sudamericano es exportado a Asia y Europa (alrededor de un 60 % y un 20 %, respectivamente). Esto es posibilitado por una aceitada cadena de suministro y exportación de materias primas, la cual es controlada por unas pocas empresas multinacionales.
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El recorrido de las materias primas
Estas conexiones comerciales nocivas para la biodiversidad son usualmente invisibles para la sociedad. Afortunadamente, iniciativas como Trase Earth (https://trase.earth) permiten hoy rastrear el recorrido que hacen estas materias primas, desde el sitio donde fueron producidos hasta el país donde son consumidos. Esta iniciativa sin fines de lucro fue fundada por el Stockholm Environment Institute y Global Canopy en 2015 para empoderar a la sociedad civil y los gobiernos en la búsqueda de cadenas de suministro de materias primas libres de deforestación.
Dentro de Europa, España e Italia son los principales importadores de soja y maíz del Chaco Argentino, aunque el mayor volumen de estos granos viaja hasta Medio Oriente y el Sudeste Asiático. Tanto en Europa como en Asia, se usan principalmente para alimentar vacas, cerdos y pollos criados en confinamiento. De esta manera, elaboraciones “artesanales” del Viejo Mundo como las salchichas alemanas o los quesos franceses son hechos a partir de animales alimentados con granos cuya producción genera altos costos ambientales y sociales en el Nuevo Mundo.
La fabricación y consumo de zapatos, carteras y tapizados de autos de lujo en Europa también impulsan la pérdida de biodiversidad en el Gran Chaco Sudamericano. La Unión Europea importa las dos terceras partes de los cueros producidos en el Chaco Paraguayo, siendo Italia el principal importador con 25.000 toneladas de cuero por año. Para colmo, estos cueros son curtidos con taninos extraídos de los quebrachos, la principal especie de árbol de madera dura de los bosques chaqueños. A principios del siglo pasado, los quebrachales fueron diezmados por los ingleses. Desde principios de los años 2000, un promedio de 30.000 hectáreas de quebrachales del Chaco Argentino es talada anualmente por empresas italianas para extraer el tanino con el que se curten los cueros.
La responsabilidad de consumidores y productores
¿Qué están haciendo los consumidores europeos y los productores sudamericanos para frenar la acelerada pérdida de biodiversidad en el Gran Chaco? Las acciones, incluidas las de sus gobiernos, son diversas y dependen de tres factores clave.
Primero, dependen de cómo los responsables perciben la pérdida de biodiversidad que causan. Los grandes terratenientes argentinos gestionan sus campos en el Gran Chaco desde sus oficinas en Buenos Aires, a miles de kilómetros de distancia. Desde allí, no ven los cuerpos de los animales silvestres calcinados por el fuego que ordenaron utilizar para “limpiar” la tierra y sembrar maíz, soja o pasturas. Lo mismo ocurre con los alemanes, que disfrutan de sus salchichas hechas con cerdos alimentados con granos provenientes de campos deforestados e incendiados.
Segundo, algunos productores y consumidores logran percibir las consecuencias negativas de sus decisiones, pero aun así no logran cambiar su lógica. Este es el caso de muchos productores que hoy ven cómo los suelos de sus campos se degradan, y lo que era un bosque pasó a ser un desierto en un par de décadas, pero continúan expandiendo la deforestación enceguecidos por las extraordinarias rentas que obtienen en el corto plazo. Solo especulando con el precio de la tierra, un terrateniente puede comprar tierras con bosque en el Chaco Boliviano a 100-250 dólares la hectárea para luego vender cada hectárea deforestada a 2.500 dólares.
En tercer lugar, quienes impulsan la pérdida de biodiversidad en el Gran Chaco pueden querer revertir el daño causado por sus decisiones de producción o consumo, pero no siempre logran aportar efectivamente a la solución. Por ejemplo, un italiano que se concientiza de que una marca de zapatos en su país utiliza cueros curtidos con taninos provenientes de la tala ilegal de quebrachos chaqueños puede optar por comprar otra marca. Sin embargo, la decisión de unos pocos compradores conscientes no será suficiente para que Italia deje de importar cueros y taninos de zonas deforestadas.
Transformar el comercio internacional
Afortunadamente, un número creciente de consumidores europeos percibe que sus decisiones de consumo generan impactos negativos al otro lado del mundo. A muchos de ellos les importa y están dispuestos a apoyar políticas de regulación de las importaciones. Tal es así que la Unión Europea promueve una normativa para que sus países miembros dejen de importar granos y carne provenientes de zonas deforestadas después de 2020, por ejemplo, en el Gran Chaco y otras regiones de Sudamérica.
Desafortunadamente, la entrada en vigor de esta normativa de la Unión Europea prevista para 2025 ha sido postergada en respuesta al lobby de multinacionales como Bunge, Cargill y JBS, o de la Sociedad Rural Argentina y del Partido Popular Europeo, entre otros. Esta postura demuestra claramente que todavía muchos productores sudamericanos, exportadoras multinacionales y consumidores europeos no están dispuestos a detener la acelerada pérdida de biodiversidad que causan sus acciones, aún cuando esto ponga en riesgo su propio negocio y el bienestar de la sociedad.
Debido a las reglas actuales del comercio internacional de materias primas, tenemos productores enceguecidos por rentas extraordinarias a un lado del mundo causando daños ambientales invisibles para consumidores al otro lado del mundo. ¿Podrá un cambio de reglas del comercio internacional de materias primas revertir esta situación? Para ello, cabe primero identificar quiénes tienen el poder de transformar el comercio internacional y, luego, si tienen suficientes incentivos o existe suficiente presión para hacerlo. Está en ellos lograr que el comercio internacional sea parte de la solución a la pérdida de biodiversidad, en lugar de continuar siendo el principal impulsor del problema.
*Un texto producido en conjunto con el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI). Las opiniones expresadas en esta publicación son las de los autores y no necesariamente las de sus organizaciones.
Matías Mastrangelo es especialista en Datos Abiertos del Instituto Interamericano de Investigación para el Cambio Global (IAI) e Investigador Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina.
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