Cuidado si reemplazamos en las fiestas navideñas la figura central y nuestra identidad cultural por los regalos y por el hedonismo que nos conduce a la desintegración. En una conversación con mi esposa le anticipé lo siguiente: “Por favor no me compren regalos, no es la fecha de mi nacimiento, es la de Jesús”. Creo que fui muy radical al expresar mis inquietudes; precisamente un día después, justamente en esta semana, estaba en la apertura de una galería de arte, en ese lugar me encontré con un amigo de infancia y me dijo que me tenía un regalo. Me sorprendió cuando él me entregó en la misma galería de arte una funda llena de regalos. Sentí una manifestación de amor, de cuidado y de una amistad intencional. Fue muy especial recibir un regalo de un amigo y una muestra de amor sin intenciones desvirtuadas.
Creo que lo que yo intenté comunicarle a mi esposa conlleva elementos culturales, tradicionales y teológicos. La navidad, desde el punto de vista teológico es un espacio que debe llevarnos a celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, el Creador, nuestro Mesías. Esto genera un regocijo porque el Rey de Reyes vino a la tierra. Teológicamente la alegría fue tan grande que cuando Jesús nació, el gozo en los cielos no se pudo contener. Y es ahí donde viene la parte de las celebraciones, que se manifiesta en nuestra cultura y en la tradición.
Cada cultura manifiesta el gozo usando elementos visibles. En nuestro caso, celebrar la
Navidad es hacer banquetes de comidas que nos conectan con ese tiempo navideño, bebidas, regalos, bailes, luces de colores, visitas a los amigos y familiares, cantos, actividades religiosas y reencuentros con familiares. Inclusive, en la Navidad se manifiesta un aire de perdón, de aceptación. Escuchamos canciones como aquella que dice “…que el rico y el pobre compartirá, nos une La Paz, la dicha y el gozo…”. Otras canciones navideñas nos recuerdan la ausencia de nuestros padres y lo duro que es celebrar la Navidad sin ellos estar presentes.
A pesar de esta alegría y manifestaciones culturales hay que reconocer que la Navidad ha sido afectada por el consumismo. Sin darnos cuenta nos hemos convertido en receptores, nos creemos el centro de la navidad, reemplazando la figura de aquel Jesús que ha generado culturalmente y teológicamente un propósito para estar gozoso. La penetración cultural de sociedades individualistas también han generado una desintegración de aquella Navidad dominicana, donde las familias y los vecinos se juntaban y los regalos no eran el centro. Lo que sí podemos recordar aquel olor a pintura cuando las casas se pintaban, las ropas nuevas para recibir el nuevo año, pero no existía una práctica de regalos superfluos, no era una imposición social. Hoy en día, se esperan los regalos, las familias se fragmentan, los hijos deciden dejar a sus padres y juntarse con sus amigos; pero lo más preocupante es que estamos dejando el tiempo de introspección y de silencio que nos hace conscientes para recordar la figura central de la Navidad, proporcionando en nosotros un propósito trascendental y existencial.
Todas las culturas y civilizaciones poseen un punto de unión que genera identidad, propósito y destino, uno de esos en nosotros es la Navidad en la figura de Jesús; como dominicanos no debemos perder nuestra identidad cultural y teológica reemplazándolas por culturas que desintegran. En esta navidad comamos, bailemos, dentro de tus posibilidades prepara un regalo para bendecir a alguien; sin embargo, no dejemos la figura central, usemos tiempo de reflexión, identifica una persona que necesita apoyo moral, espiritual o físico, usa este tiempo para pedir perdón y para reconstruir tu identidad cultural y teológica. La Navidad es un tiempo de construcción integral en la figura de Jesús.
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