En el mundo de hoy, la mujer ha asumido múltiples roles en todos los ámbitos de la vida: la familia, el trabajo, las relaciones sociales, y la sociedad en general. Si bien los hombres están más involucrados en diversas áreas, es indiscutible que la mujer sigue siendo el pilar fundamental que sostiene a muchos hogares, equipos de trabajo, y redes de apoyo. La mujer es la que, día tras día, se convierte en la fuerza silenciosa que impulsa el progreso de nuestras sociedades, aunque a veces no se le reconozca con la misma amplitud.
Lo cierto es que, a pesar de todo lo que hemos logrado, las mujeres seguimos enfrentando desafíos que parecen interminables. Como comunicadora, veo con preocupación el comportamiento de algunas colegas en los medios de comunicación.
A menudo, se observan expresiones que reflejan inseguridad, falta de aceptación de sus cuerpos y de sí mismas, y una inclinación hacia lo superficial, dejando de lado el verdadero impacto que podemos tener en la sociedad. Esta dinámica es triste y también nos pone en una posición de vulnerabilidad, restando valor a lo que realmente importa: el mensaje y el impacto positivo que podemos generar.
Además, me preocupa cómo en muchos espacios mediáticos no se refleja la sororidad entre las mujeres. En lugar de apoyarse y construir juntas, muchas veces vemos cómo algunas comunicadoras optan por exponer sus vidas personales de una manera que revela detalles innecesarios y refleja conflictos que solo confunden y redirigen el enfoque hacia caminos que no son el correcto. Las disputas públicas y los comentarios sobre la vida privada de otras mujeres no hacen más que perpetuar una cultura de competencia destructiva en lugar de promover la colaboración y el crecimiento mutuo.
Aunque desde las nuevas perspectivas holísticas, de pensamiento y mindfulness se habla de que nada es bueno ni malo; más bien, que simplemente es, considero que esto no debe ser una excusa para no reflexionar sobre nuestras acciones y las consecuencias de nuestras decisiones.
La forma en que nos mostramos al mundo, el tipo de energía que proyectamos y las narrativas que construimos son esenciales para el tipo de sociedad que estamos cultivando. Reflexionar sobre estas prácticas y cuestionar si realmente estamos contribuyendo al bienestar colectivo es una responsabilidad que todas las mujeres debemos asumir, especialmente aquellas que tenemos voz y presencia en los medios de comunicación.
No me malinterpreten, no es que quiera culpar a las mujeres; más bien, quiero reflexionar sobre la necesidad urgente de encontrar nuestro centro. Las mujeres necesitamos entender que nuestra identidad no debe estar dictada por estándares ajenos, ni por las expectativas sociales que constantemente nos rodean. La crítica hacia nuestro cuerpo, nuestra apariencia y nuestra imagen puede llegar a ser abrumadora, y es cierto que, como sociedad, deberíamos cuestionar las representaciones mediáticas que perpetúan estos estereotipos.
De la misma manera, necesitamos ser conscientes de que la verdadera fuerza de la mujer radica en su capacidad para delegar, aprender nuevas formas de ser y evolucionar sin dejar de ser ese soporte indispensable para todos los que nos rodean.
Es fundamental que las mujeres reconozcan que delegar no es una debilidad. Es una fortaleza. En muchos casos, el deseo de abarcar todo para no fallar puede generar un desgaste emocional y físico. Las mujeres se han acostumbrado a ser el soporte de sus hogares, sus equipos de trabajo, sus amigos y familiares. En muchas culturas, es la mujer quien, de manera casi invisible, se encarga de la educación de los hijos, de los cuidados emocionales de su familia, y de las tareas domésticas. Sin embargo, es importante reconocer que, aunque la mujer sea ese pilar fundamental, también necesita apoyo. La delegación no es una rendición, es una estrategia para seguir creciendo, evolucionando y siendo una mejor versión de una misma.
Las mujeres también tenemos el poder de moldear a la sociedad. A lo largo de la historia, hemos visto cómo nuestras voces, aunque a veces silenciadas, han sido el motor detrás de transformaciones sociales, políticas y culturales. Somos nosotras quienes, con nuestras ideas, nuestra creatividad y nuestra visión del mundo, hemos influido en generaciones enteras.
Esa influencia no debe centrarse solo en las apariencias ni en lo superficial. El desafío es salir de esa burbuja donde el valor de la mujer se mide en base a lo que se muestra al exterior, a lo que se dice de su imagen o lo que se espera de ella en cuanto a su comportamiento. Necesitamos ir más allá de lo superficial para ocupar espacios de reflexión profunda y transformación real.
Esto me lleva a pensar en el gran reto que enfrentamos las mujeres comunicadoras. Al ser figuras públicas, tenemos el poder de influir en la opinión colectiva y en la construcción de narrativas sociales.
Muchas veces, en lugar de enfocarnos en los temas que realmente podrían impactar y mejorar la vida de nuestra sociedad, nos encontramos atrapadas en discusiones vacías sobre la apariencia, el cuerpo y la forma en que debemos ser percibidas. El debate constante sobre el cómo lucimos, el qué decimos, o el qué hacemos, puede desviar nuestra atención de la verdadera misión que tenemos como mujeres: ser líderes, educadoras, activistas y agentes de cambio.
Por eso, me parece crucial que, como mujeres, nos reunamos para enfocarnos en nuestra autenticidad, en lo que realmente nos define y nos empodera. Necesitamos recordar que nuestro impacto en la sociedad no está determinado por lo que se espera de nosotras; más bien, por lo que decidimos ofrecer. Es importante que las mujeres, en todas las áreas en las que nos desenvolvemos, dejemos de lado la presión de ajustarnos a moldes ajenos y nos atrevamos a ser quienes somos en toda nuestra complejidad.
El centro de la mujer debe ser su esencia, su intelecto, su capacidad para generar cambios, su empatía, y su liderazgo. Si logramos encontrar ese equilibrio, delegar sin sentir que estamos perdiendo el control y enfocarnos en lo que realmente importa, podremos transformar nuestras vidas y las de aquellos que nos rodean de una manera mucho más significativa.
No se trata de culpar, sino de empoderarnos y reivindicar el poder que tenemos para moldear el futuro. Las mujeres estamos aquí para dejar una huella indeleble, y la forma en que nos vemos a nosotras mismas, nuestra imagen y nuestras prioridades son el primer paso para que esa huella sea verdaderamente impactante.
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