En la entrada del Ayuntamiento hay una miniciudad construida con galletas de jengibre junto a un árbol de Navidad. “Este año el gran evento navideño es que lo celebramos junto al resto de Europa, como el año pasado, y no en la fecha que nos habían impuesto en la época soviética [el 7 de enero, la fecha de la Navidad del cristianismo ortodoxo que impera en Rusia]”, aprecia satisfecho el alcalde, Anatoli Fedoruk, un día antes de Nochebuena. A unos 30 kilómetros de Kiev, la ciudad llama la atención porque todo tiene pinta de nuevo, de sólido, en un país tambaleante agujereado por la guerra. Parece un municipio de familias de clase media en las afueras de cualquier capital europea. Pero es Bucha, Ucrania, uno de los símbolos del horror de la invasión rusa.