El advenimiento de la nueva Siria no ha acabado con las colas en las panaderías o en las paradas de autobús. Pero las filas han aparecido en un lugar inédito: en las comisarías y otros edificios de las fuerzas de seguridad, antes temidos por ser centros de brutales torturas. Ahora, quienes ocupan estas dependencias son los combatientes de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), la milicia que lideró la ofensiva relámpago que derrocó al dictador Bachar el Asad hace un par de semanas, y quienes se arremolinan frente a sus puertas son policías, soldados y oficiales del ejército que sirvieron al antiguo régimen y que ahora buscan una especie de amnistía.