Ayudas de organismos de socorro reconocidos como competentes llegan a pobladores de la provincia de Puerto Plata y de otros puntos del territorio nacional tras precipitaciones que en pocos días superaron las que normalmente toman un año en caer y esta vez, además, desplazaron de sus casas a más de 18 mil personas e incomunicaron a 33 localidades. Un estado calamitoso que demuestra con insistencia que los efectos del cambio climático pasan demasiado rápido de los presagios a los hechos. Lo peor puede ocurrir cuando no se presta por anticipado suficiente atención a los asentamientos frágiles diseminados por regiones. Así clasificados por la peligrosidad de suelos con topografías de declives y proximidades a los cursos habituales de caudales y derrumbes. Si en verdad las autoridades disponen desde hace tiempo de un mapa de la pobreza que abarca la miseria, habrá de ser un gráfico poblado de banderitas rojas indicadoras de lugares susceptibles de ser arrasados por inclemencias meteorológicas. Si la inexistencia de infraestructuras de drenaje contra inundaciones en plenos centros de la capital estanca aguas a diestra y siniestra, a más baja la categoría económica y social de las barriadas y periferias citadinas, mayores las posibilidades de perjuicios y trances difíciles por aguaceros.
Procede disponer de dispositivos para reaccionar con mitigaciones a la mayor rapidez posible como ya existen y consta. Pero a la importancia de esta capacidad de actuar ipso facto se equipara, o quizás supera como previsión contra las desgracias, el atenuar progresistamente las obstrucciones que imponen la dañina y amenazante acumulación de agua en lugares habitados. La comunidad provincial que ha merecido ser llamada la «Novia del Atlántico», duramente castigada por las últimas lluvias, tenía un buen tiempo clamando, desde su alta categoría turística, por el rescate de rutas terrestres en deplorables condiciones agravadas por las precipitaciones del momento. Pero es ahora, después del palo dado, que viajan veloces a la zona equipos del Gobierno a restablecer el tránsito; descartándose, necesariamente, el consuelo aquel de que: «más vale tarde que nunca».
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