El año que acaba de terminar no ha sido bueno para Alemania. El país europeo sigue en recesión, con su importante industria inmersa en una profunda crisis, con un acalorado debate sobre la política migratoria, avivado aún más tras el reciente ataque a un mercado de Navidad, y con una, no menos preocupante, crisis de confianza en la política después de que el canciller, Olaf Scholz, decidiera romper el Gobierno de coalición por desavenencias insalvables con su socio liberal en materia económica. La recuperación económica tardará en llegar y una posible gran coalición entre conservadores y socialdemócratas tras las elecciones anticipadas previstas para el 23 de febrero, como apuntan los sondeos de intención de voto, no tranquiliza a los principales economistas del país, que advierten de fuertes desacuerdos entre la Unión Cristianodemócrata (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD) en temas como impuestos, inversiones y deuda.