En los dos años posteriores al estallido de la Primavera Árabe, pareció que el islamismo podía convertirse en la ideología hegemónica de la región. En cuatro países, Túnez, Egipto, Libia y Marruecos, los partidos islamistas ascendieron al poder tras imponerse en las urnas. En otros, como Jordania o Siria, su influencia también iba al alza. Su avance parecía tan imparable que en algunos medios se habló de “marea verde”. Sin embargo, el péndulo giró de dirección, y una década después, todos habían sido desalojados del poder, ya sea por golpes de Estado o por derrotas en las urnas, y muchos de sus líderes sufrían la cárcel o el exilio. En plena travesía por el desierto, un rayo de esperanza ha llegado de un lugar inesperado, Siria, donde hace un mes, una coalición de milicias islamistas derrocó la dictadura de Bachar el Asad en una ofensiva relámpago.