Gustavo Petro disfruta leyendo autores franceses. Sus hijas han estudiado en el Liceo francés. En su primera visita a París como presidente de Colombia quedó maravillado por la pompa y la ceremonia con la que fue recibido. Descubrió la grandeur con sus propios ojos. Tiene en un pedestal al filósofo Jacques Derrida desde que leyó su teoría del perdón —solo se puede perdonar lo imperdonable; perdonar lo perdonable no tiene mayor misterio—. Tanto que ese fue el punto de partida de una política que quiso imponer a su llegada al poder, la “paz total”. Consistía en sentarse a negociar con todos los grupos armados en procesos de paz múltiples y simultáneos, en vez de uno a uno, como se había hecho históricamente. Era una idea que tiene el sello de Petro, una combinación entre ambición y temeridad. La intuición le ha fallado esta vez. Donde buscaba la paz ha encontrado la guerra.