La sociedad y la vida humanas no funcionan sin corrupción.
Esta verdad podría consolar y a autojustificar a muchos.
La Biblia muestra que Dios, aunque la castiga, la deja fluir, digamos, por misericordia. Acaso sería posible afirmar que la santidad per se es estéril: “No da vida”, como suele decir el tigueraje.
Lo bueno, lo santo, en cambio, ha de ser la aceptación del bien como meta y guía del accionar humano. La desgracia, la crisis dialéctica tiene lugar cuando la aspiración humana, individual o colectiva, solo apunta al pecado, a la disolución.
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El Yin y el Yan de filosofías orientales, los enfrentamientos bíblicos entre los ángeles del Señor y los enviados de Satanás, como se lee en el libro de Job son elementos esenciales del juego dialéctico que Hegel, Marx y otros elaboraron como claves para entender los conflictos sociales y espirituales en nuestras sociedades.
En el diario vivir abundan conductas estilo Tres Patines, los consejos de su “Mamita”, y otros personajes que tanto el juez y los poderes dominantes tratan de corregir a sabiendas de que a menudo conviene tomarlas como parte de un juego que tiene sus razones de existir y que no dejan de ser justos en algún sentido y son parte de la diversión y escape de las dificultades e injusticias del aparato formal del Estado.
En varias tradiciones espirituales y filosóficas se entiende que hay una ruta desde el mal hacia el bien, no muy diferente a la tesis de los evolucionistas que ven el desarrollo del espíritu desde la materia y la energía primaria hacia el alma humana, autoconsciente y disciplinada, comprometida con el bien común.
La dialéctica entre la desdicha y el gozo, entre la desgracia de los perdedores y las medallas del éxito de los triunfadores cubren los escenarios y ocupan primeras planas, pero generalmente se admite que los verdaderos ganadores son los que juegan limpio.
Los perdedores, demasiado a menudo son mayoría, aunque como con el triunfo del Escogido contra el Licey, los demás anteriores perdedores ahora se agruparon a favor del ganador. En un juego simbólico, que como el béisbol se asemeja mucho a la lucha existencial individual, cuando el bateador, él solo, se enfrenta a nueve adversarios que quieren hacerle “out”. Por ello, muchos jugadores oran, se persignan o llevan una cadena con imágenes de La Virgen.
El sistema, no obstante, protege a los perdedores mediante el ropaje y la simulación con los símbolos de estatus y de éxito.
Muchos dominicanos pueden ver los que es un ganador a lo Juan Soto y uno a lo Samuel Sosa, quien por acciones entendidas como pecaminosas ha perdido brillo profesional.
Pero el juego de la vida permite muchas formas de ganar, sobre todo, creérselas y aparentarlas.
Muchos, por intuición, convicción o experiencias especiales, sabemos que Dios es el dueño del espectáculo y quien dirige el juego. Y estamos seguros de quiénes, en definitiva, son verdaderos y definitivos ganadores y perdedores.
Congratulaciones a Pujols y los escogidistas.
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