Como casi todo lo que rodea a la segunda Administración de Donald Trump, el acuerdo con Ucrania para la explotación de los a priori vastos depósitos de minerales críticos en el país europeo es de lo más atípico. Primero, porque no es una reparación de guerra al uso: Washington no ha participado directamente en la contienda, sino que únicamente ha prestado apoyo económico y militar para su defensa frente al agresor ruso. Segundo, porque, aunque Kiev tiene considerables recursos minerales, algunos de ellos importantes para una transición energética que el propio Trump rechaza, hay serias dudas sobre su potencial real en el campo de las tierras raras. Justo donde Trump lleva meses poniendo el foco.