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#SinFiltro: La ligereza de opinar sobre la vida ajena

Vivimos en una era donde opinar se ha vuelto casi automático. Basta con un clic, un comentario o un emoji para lanzar juicios sobre la vida de los demás. Las redes sociales, que deberían ser herramientas de conexión y expresión, se han transformado en tribunales abiertos donde todos creemos tener la última palabra. Se premia la inmediatez, pero se pierde la profundidad. Se celebra el «debate», aunque muchas veces se base en la desinformación o el morbo.

Un ejemplo reciente que ha resonado en la República Dominicana es el caso del programa Jet Set, donde la vida personal del artista Rubby Pérez y su familia fue debatida con una ligereza preocupante. 

Lo que debería ser privado se convierte en espectáculo, y lo más alarmante es la rapidez con la que muchos se sienten con el derecho de juzgar, sin conocer, sin contexto, sin empatía. Basta una insinuación para que miles se sumen al “linchamiento virtual”, muchas veces sin tener claro qué pasó realmente.

La búsqueda de la primicia a cualquier costo ha convertido a algunos medios en plataformas de escándalo más que de información. Y sí, la prensa debe fiscalizar, investigar y comunicar. Pero también debe actuar con responsabilidad, respetando los límites de la dignidad humana. La libertad de prensa no se contradice con el respeto al otro. Al contrario, se fortalece cuando va acompañada de ética.

¿Dónde están los filtros?
Sin filtros, les sugiero que antes de emitir una opinión sobre la vida de otro, hagamos una pausa y nos miremos en el espejo. ¿Qué necesidad cubre ese juicio? ¿Nos distrae de enfrentar nuestras propias verdades, heridas o vacíos? Opinar sobre los demás puede ser una manera de evadir nuestro propio proceso de sanación. Cuando el foco está siempre en “el otro”, dejamos de trabajar en nosotros. Y evolucionar requiere precisamente lo contrario: mirar hacia adentro, hacer silencio, sanar y crecer.

En el ámbito digital, esta ligereza se multiplica. Los ciudadanos se sienten con el derecho —y a veces con el deber— de comentar con saña, como si no hubiese una persona real del otro lado de la pantalla. Se lanzan frases que nunca dirían frente a frente, se burlan de situaciones sensibles, se alimenta el morbo como si fuera entretenimiento.

Pero opinar no es informar. Y juzgar no es contribuir.

Entonces, ¿cómo podemos establecer límites sin coartar la libertad de expresión? La clave está en el enfoque y en la intención. Estos son algunos principios que pueden guiar tanto a medios como a ciudadanos responsables:

Para los medios y periodistas:

  • Veracidad: Confirmar la información antes de publicarla. No todo lo que “suena bien” es cierto.
  • Contexto: No aislar frases o imágenes para crear sensacionalismo.
  • Consentimiento: Cuando se trate de temas personales, considerar si se ha autorizado compartirlos o si realmente tienen relevancia pública.
  • Respeto a la dignidad humana: Aun cuando se cubran temas difíciles, el tono y el enfoque deben ser humanos.
  • Ética profesional: Seguir los códigos establecidos por los colegios de periodistas y organismos internacionales.

Para los ciudadanos:

  • Empatía: Antes de comentar, pensar cómo te sentirías tú o tus seres queridos si fueran el blanco.
  • Responsabilidad: Compartir una publicación también es tomar parte de su difusión. Pregúntate si estás aportando o propagando daño.
  • Autenticidad: Evitar el “personaje de redes” que opina por figurar o generar likes.
  • Educación digital: Entender las consecuencias legales y sociales de nuestras interacciones.

Internet no olvida, y muchas veces, el daño que se hace con un comentario se vuelve irreversible. No hay botón de “desdecir”.

La libertad de prensa y expresión no es un salvoconducto para la violencia verbal ni para el amarillismo. Es un derecho que conlleva deberes. Como periodistas, comunicadores o simples ciudadanos, tenemos que asumir que nuestras palabras pesan. Y más aún, que construyen realidades.

La próxima vez que sientas el impulso de comentar la vida ajena, pregúntate: ¿estoy siendo justo? ¿Estoy aportando algo? ¿O simplemente evitando enfrentar mi realidad?

Porque al final del día, vivir y dejar vivir es más sabio que criticar y no sanar. La vida ajena no es un espectáculo. No lo olvidemos.

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