“Le van a quedar cicatrices”, vaticinaba un eurodiputado conservador alemán sobre Teresa Ribera aun antes de que comenzara el durísimo pulso mantenido por su formación, el Partido Popular Europeo (PPE), para intentar por todos los medios hacer descarrilar su ratificación como vicepresidenta de la próxima Comisión Europea. Lo que quizás no intuía ese legislador, de larga trayectoria, es que las heridas de esa batalla no se limitarían a la socialista española, todavía vicepresidenta del Gobierno de Pedro Sánchez. El duro, largo y a menudo sucio pulso de la última semana y media en Bruselas, manteniendo en vilo el futuro del Ejecutivo europeo en un momento muy convulso en la escena internacional, ha dejado una huella profunda de desconfianza y malestar en la Eurocámara que seguirá ahí cuando el proceso de ratificación de comisarios no sea ya más que una anécdota.