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Vida sin reserva

Algunos sociólogos comparten la opinión de que el Homo sapiens tiende a inventar tomando como referente a su imagen. Ponen como ejemplo el caso de los automóviles en los cuales las llantas representan los pies, las luces delanteras serían los ojos, el motor el corazón, la transmisión los músculos, el sistema eléctrico-electrónico el cerebro y el escape vendría a ser el ano. Un carro nuevo encajaría con el período de la juventud mientras que uno con alto kilometraje sería un anciano. El guía permite moverlo hacia delante y a ambos lados. Un carácter distintivo sería el de que la caja de transmisión humana sólo se mueve hacia delante.

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Un hecho tan elemental como el de la vida resulta incomprensible para millones de individuos. Digo esto porque noto que es mucha la gente que vive continuamente bajo el embrujo falso de una eterna juventud. Peor aún es que con frecuencia regresan en el comportamiento a la etapa infantil. Sus mentes viven en altas torres de cristal y sus cuerpos están exentos de cuantos males físicos, naturales y sociales afectan a las demás personas. De poco ha servido la pandemia de Covid-19 para hacerles comprender la gran verdad que a finales del siglo XVI y en forma poética expresara el británico John Donne: “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. /Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. /Si el mar se lleva una porción de la tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. /Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”. Dos siglos antes de la Era Cristiana Terencio habrían sentenciado: “Soy un hombre; nada humano me es ajeno”.

A diferencia del automóvil que puede sufrir una avería ocasionalmente, nuestro organismo está continuamente reparando y remodelando su estructura externa e interna, pensemos en la piel, la mucosa intestinal y la sangre por solo mencionar unos pocos ejemplos. Órganos nobles como el cerebro y el corazón suelen someterse a procesos reparativos ocasionalmente, en tanto que la mucosa oral y el epitelio respiratorio lo hacen continuamente. Tenemos momentos del desarrollo como son la niñez y la adolescencia en donde predominan los procesos anabólicos, es decir que construimos más que lo que se destruye, en tanto que durante la vejez predominan los fenómenos catabólicos en los que se consumen materiales que no son reparados en igual proporción. En la vida adulta mantenemos por unas décadas cierto equilibrio entre lo consumido y lo restituido, estado que conocemos como equilibrio metabólico.

En los dos extremos del ciclo vital humano vemos fenómenos contrarios, durante la infancia, niñez y adolescencia se construye el ser, mientras que en la senectud se imponen los procesos catabólicos. Podemos reducir la velocidad de los eventos degenerativos, pero no detenerlos. Ello se logra a través de hábitos saludables y dieta sanas. Al automóvil le damos mantenimiento periódico, a la maquinaria orgánica debemos someterla a chequeos médicos anuales. Somos lo que comemos y regulamos nuestro peso y contextura física mediante los ejercicios y movimientos. Una vida social prudente, aunada a una buena higiene mental, ayudan a cerrar nuestro ciclo vital de manera natural.

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