“¿Sirven ustedes a Georgia o a Rusia?”. La imagen de la menuda presidenta de Georgia, Salomé Zurabishvili, espetándole esa frase a un grupo de agentes antidisturbios protegidos por cascos y escudos refleja el choque de legitimidades y de dirección política que vive el país caucásico desde las elecciones del pasado 26 de octubre que revalidaron en el poder al partido populista y cada vez más prorruso Sueño Georgiano, pero que no han sido reconocidas por la oposición ni por la jefa de Estado que acusan a las autoridades de un fraude masivo. La crítica situación del país se ha visto sacudida de nuevo por el anuncio del Gobierno de que suspenderá el proceso de adhesión a la Unión Europea hasta 2028, lo que ha echado a la calle a los sectores más proeuropeos de la población georgiana en una protesta que culminó en disturbios y fue duramente reprimida por la policía, con decenas de heridos y al menos 43 detenidos.