El celular sonó, era mi amigo y artista plástico que llamó para invitarme a Constanza a disfrutar de un almuerzo en “la Suiza del Caribe”. Cuando mi amigo llamó lo saludé con mucha energía de la siguiente forma: ¡…maestro…!”.
Mi amigo rompió a carcajada y me dijo: “no ombe, no me digas maestro”. Expresó esa frase con un timbre de voz muy dulce, apagado e intencional. Mi amigo es un artista plástico y posee todos los elementos axiológicos para recibir ese título; sin embargo, su concepto de maestro es muy alto, es muy completo y muy peligroso; todo lo que transforma lo mediocre es peligroso porque genera una contracultura. Después de hablar con él, sentí que debía reflexionar de forma escrita la importancia de ejercer la vocación de maestro. Entre mi amigo y yo se desarrolló un diálogo revelador y hasta evolutivo para la conducta social de nosotros los dominicanos.
La sociedad dominicana está en medio de un vacío que afecta nuestra identidad y los valores que sostienen las estructuras sociales. Se necesitan “maestros” que operen sin la certificación de una institución ya completamente definida para proveer educación sistematizada; en otras palabras, es urgente volver a Platón y abrazar el término maestro con toda sinceridad y sin aquellos estereotipos que nos fraccionan, dejándonos fuera de la responsabilidad que ya poseemos de forma orgánica para modelar, formar y articular los valores que producen verdaderos cambios en la sociedad dominicana. Un maestro desde el punto de vista axiológico y platónico no es el que se forma “solamente” en un centro académico, en una universidad o en una academia técnica; el maestro que necesitamos para generar una metamorfosis va más allá de la educación convencional y comercial. Digo comercial debido a las necesidades reales del sistema capitalista, no debemos obviar esa realidad.
Necesitamos aquel maestro que promovía Platón. Debo decirlo, necesitamos maestro como Jesús, aquel Cristo que rompió el diafragma y los paradigmas de aquella sociedad y la de ahora. Platón estaba claro de la importancia de un maestro, y no me refiero a un maestro de escuela pública o privada, estoy hablando de modelar, inspirar que te sigan. Claro, el mismo Platón entendió la dificultad de enseñar y los desafíos. De una forma directa y sin vestimenta en su discurso, de forma llana, Platón decía que cualquier hombre es capaz de tener hijos, pero no cualquiera es capaz de educarlos. Para él era de suma importancia educar y modelar desde la niñez. Ya cuando somos adultos los paradigmas nos esclavizan, nos meten dentro de túneles que nos impiden ver la realidad como es y como debería ser. Por eso es importante motivar a la sociedad dominicana a modelar, a entender que somos agentes de cambios aún cuando no estamos insertado en un entorno académico.
Debemos llevar modelos a seguir en la política, en la familia, en las iglesias, en las artes, en el deporte, en los negocios-empresas; debemos promover lo bueno, lo bello, lo correcto, lo que produce confianza. Ser un maestro platónico es salirse de lo cotidiano, como decía el novelista Theodore Roszak , generar una contracultura, necesitamos maestros que se opongan a lo normal, a lo establecido, a las mentiras, a las compras del voto electoral, al caudillismo, a todo lo que genere pobreza cultural y precariedad. Debemos volvernos peligrosos para el sistema mediocre, convertirnos en micro maestros para sumar y generar una masa crítica. Debe ser intencional, vuelvo a repetir: ¡Maestros intencionales!
Nosotros los dominicanos debemos volver a una cultura axiológica, esto implica estudiarnos, revisarnos y construir una nueva propuesta para crecer como una sociedad más íntegra, con dignidad y que sirvamos de modelo (maestro) para las generaciones venideras. Nada de lo dicho es utópico, sólo requiere una nueva construcción de las cosas que ya no nos han funcionado.
Comencé citando a mi amigo, aquel que me dijo que no le llamara maestro. No amigo, eres un maestro platónico. Nuestra cultura nos ha enseñado que maestro es aquel que sobresale en algo, un profesor; realmente, hemos sido llamados a modelar, a marcar, a trastornar, a enseñar y dejar un aporte que nos certifique como humano y no como animales repetitivos, hedonistas y viscerales. Alguien expresó que un maestro trabaja para la eternidad; nadie sabe donde termina su influencia.
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