Es diciembre y con “la brisita” convertida en “ventarrón”, el presidente augura la mejor de las navidades. Comienza la temporada con bono y continuará con la esperanza convertida en “cerdo, pollo asado, moro de guandules, pasteles en hoja, ensalada rusa y los dulces frutos que llenan las mesas de color y alegría”.
Los bombillitos vencerán la lobreguez y el desaliento. Fiesta y mañana gallos, que “la vida se hizo “pa gozá namá” y en enero la Virgen de la Altagracia y el patricio, ayudarán a vencer los retos del 2025.
La algarabía gubernamental no impedirá el diseño del recuento anual, con sus tragedias, conquistas y tareas inconclusas. Esta vez el inventario agrega el reinicio del Gobierno, las metas del segundo período.
El optimismo oficial prevalece. Nada conspira contra la desmesura y el adanismo que ha sido marca de la patria nueva, fundada el 16 de agosto del 2020. Continúa el discurso triunfalista avalado con un respaldo masivo que impide contrición o cambio de rumbo.
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Fallos y contradicciones, arrepentimientos y titubeos escapan de la responsabilidad del jefe de Estado y de Gobierno, detentador de todos los poderes. Y entre “que siga la fiesta” y el regusto gracias al sazón presente en los comedores económicos el presidencialismo se impone. Para no importunarlo, sin necesidad de modificar el Código Penal, la elite ética decidió transformar delitos y crímenes en errores subsanables y en campañas de descrédito propia de mentes mezquinas. A la nueva nomenclatura se añaden las conductas impropias y el regodeo de los nuevos impunes, desafiantes, sin foro pidiendo procesos o condenas.
Lejos del fatal “síndrome del mundo cruel” con la misantropía, el cinismo y el pesimismo como síntomas, citado por Rutger Bregman en “Dignos de ser humanos”, la realidad conspira. La revisión de cifras, de resultados míseros, agobia, sin olvidar el encubrimiento y la poca fiabilidad en algunos saldos. Y por más sonrisas multiplicadas Sísifo acecha y está en promesas y juramentaciones. Está en los comités para intentar la reforma penitenciaria cuatro años después, con el desprecio a la ley 113-21 que regula el Sistema Penitenciario y Correccional en RD. Está en un inaplicable Código del Menor, en la Escuela como barco a la deriva con la violencia detrás del pizarrón y la complicidad como estratagema vil. Está en la peligrosidad en el tránsito que pretenden conjurar con la locuacidad, mientras la solución está lejos.
La indiferencia ha normalizado acciones sancionables. Se ha convertido en perversa cotidianidad la admisión del tráfico y la trata de personas, el consumo, venta y tráfico de drogas. Asimismo, asombra que el ultraje a la infancia dominicana, la proliferación de casos de abusos contra los menores concite la atención fugaz tanto de las autoridades como de la sociedad, acostumbrada ya a la oferta de niñas y niños para que el mejor postor use la presa. La desvergüenza prima y el horror que espanta a una minoría es apañado en las plataformas digitales, sin control y con audiencia cada vez mayor. Aunque entristezca la afirmación, entre las luces navideñas y los aguinaldos, asoma “el mundo cruel”.
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