Por José Victor Ferro
La reciente reelección de Donald Trump en Estados Unidos generó descontento en varios gobiernos latinoamericanos de centroizquierda– ya sea en países de gran peso como Brasil, México y Colombia, o en naciones más pequeñas como Guatemala y Honduras, que consideraban que una continuidad, representada por la fórmula Harris-Walz, ofrecía más posibilidades de diálogo y cooperación. No obstante, no todos los gobernantes de la región recibieron la victoria del expresidente republicano con desagrado. Desde Argentina, la elección de Trump fue celebrada con efusividad.
Un cómplice en América Latina
A diferencia de la mayoría de sus vecinos regionales, el presidente argentino, Javier Milei, nunca ocultó su simpatía por el republicano. En un encuentro reciente en la CPAC (Conferencia Política de Acción Conservadora), Milei abrazó a Trump con entusiasmo y se declaró parte del movimiento «MAGA», que, según el mandatario argentino, no solo significa «Make America Great Again» (Hacer América Grande Otra Vez), sino también «Make Argentina Great Again» (Hacer Argentina Grande Otra Vez). Una vez electo, Trump no solo invitó a Milei a una recepción en su residencia en Mar-a-Lago, sino que ambos aparecieron sonrientes junto al propietario de X (antiguo Twitter), Elon Musk.
La proximidad entre Milei y Estados Unidos, sin embargo, no es nueva ni se limita a la figura de Trump. Inclus, durante la administración de Joe Biden, el gobierno argentino mostró un notable alineamiento con la política exterior estadounidense, especialmente en foros como la ONU. De hecho, cuando la representante argentina, Diana Mondino, votó en contra del embargo estadounidense a Cuba en la Asamblea General de las Naciones Unidas, esta fue reemplazada inmediatamente como canciller. Este cambio subrayó una vez más la centralidad de Estados Unidos en la política exterior del gobierno Milei.
Dada la evidente afinidad personal e ideológica entre Milei y Trump, cabe preguntarse si estamos ante una nueva era de “relaciones carnales” entre Argentina y Estados Unidos,. La expresión, acuñada por el canciller de Carlos Menem (1989-1999), Guido Di Tella, en los años 90’, hacía referencia al estrecho alineamiento con Estados Unidos, en el contexto de la hegemonía global norteamericana, con el objetivo de obtener beneficios políticos y económicos.
Si bien esta postura encontraba sustento teórico en el «realismo periférico» del politólogo Carlos Escudé, en la práctica implicaba un alineamiento casi total con las políticas de Estados Unidos, ya fuese bajo la administración republicana de George H. W. Bush (1989-1993) o la demócrata de Bill Clinton (1993-2001). Este alineamiento incluyó un apoyo constante a las posturas estadounidenses en las Naciones Unidas y la promoción de iniciativas polémicas como el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) y la participación de Argentina en la coalición liderada por Estados Unidos durante la Guerra del Golfo (1990-1991), con apoyo militar directo.
Milei, un reflejo de Menem
Milei se ha declarado abiertamente admirador del gobierno de Menem. Recientemente, el presidente argentino, acompañado por Zulema Menem, hija del expresidente, inauguró un busto del exmandatario en la Casa Rosada. A lo largo de su carrera, Milei ha hecho múltiples referencias al periodo menemista, destacando especialmente la figura de Domingo Cavallo, ministro de Economía entre 1991 y 1999, conocido por impulsar las reformas económicas de corte liberal y por instaurar el régimen de convertibilidad, que estableció la paridad fija entre el peso argentino y el dólar, acercándose a una dolarización de facto de la economía.
Para Milei, Cavallo es «el mejor ministro de Economía de toda la historia», y su modelo de dolarización sigue siendo una referencia central en la agenda económica del mandatario. Por lo tanto, queda claro que la asociación entre Milei y Menem va mucho más allá de la coincidencia de sus iniciales y sus característicos estilos personales. Ambos representan una combinación de liberalismo económico radical y un vínculo estrecho con Estados Unidos en materia de política exterior. De hecho, incluso durante la presidencia de Biden, ya se podía hablar de una versión renovada de las «relaciones carnales» entre Argentina y Estados Unidos.
Sin embargo, esta disposición a alinearse con Estados Unidos se hace aún más evidente con la elección de Trump. Este cambio no solo se debe al contexto político, sino también a una coincidencia ideológica significativa entre el republicano y el presidente argentino. El movimiento MAGA no es solo una sigla, sino una agenda política compartida por ambos gobiernos. En el ámbito interno, incluye un rechazo extremo hacia la izquierda, identificado en la práctica con la descalificación de cualquier adversario político como “socialista” o “comunista”, incluso a los aliados del PRO (Propuesta Republicana) de Mauricio Macri, a quienes Milei ha calificado de «socialistas amarillos»–; una oposición frontal a los derechos reproductivos y LGBT; y la promoción de una economía desregulada y desburocratizada.
En el ámbito externo, esta agenda se refleja en un fuerte apoyo a Israel, un endurecimiento en la retórica hacia China, y un desprecio por las instituciones multilaterales asociadas al orden internacional liberal, como las Naciones Unidas y la OMC.
Pero si bien podemos hablar de “relaciones carnales” entre el gobierno de Milei y el de Trump, estas no son iguales a los años 90. Las relaciones de Menem con Estados Unidos estuvieron guiadas por un pragmatismo estratégico que buscaba beneficios concretos a través de la cercanía con la potencia hegemónica. En cambio, las que se están forjando entre Milei y Trump se fundamentan en una afinidad ideológica y una visión del mundo compartida que busca desafiar los principios del orden internacional liberal de los años 90.
Esta nueva era de relaciones también tendrá implicancias significativas para la política exterior argentina en la región y el mundo. Es probable que se intensifiquen los conflictos con gobiernos de izquierda, tanto autocráticos como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela, como democráticos, como el de México y Colombia, cuyos presidentes fueron calificados, respectivamente, de “ignorante” y «asesino» por Milei.
Además, en su alineamiento con Washington, el gobierno argentino podría discrepar cada vez más con socios estratégicos como Brasil, Chile y ahora también Uruguay, a diferencia de lo que hizo la política exterior de Menem, dada las necesidades comerciales del momento. Por otro lado, aunque el vínculo con el FMI se mantendrá fuerte, Argentina deberá distanciarse progresivamente de otras organizaciones multilaterales.
En resumen, las nuevas «relaciones carnales» entre Argentina y Estados Unidos no son un simple retorno al pasado, sino el reflejo de un contexto global profundamente transformado. Si bien Milei retoma parte de la agenda económica menemista, la relación con Estados Unidos parece estar cada vez más orientada por una crítica radical a los valores universales de los años 90 y el orden internacional liberal que sustentaban. Este giro marca una nueva etapa en la relación bilateral, en la que la convergencia ideológica juega un rol central.
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