Este sábado a las siete y diez de la tarde, mientras las campanas de Notre Dame volvían a sonar, el arzobispo de París, monseñor Laurent Ulrich, cubierto con un colorido hábito especialmente diseñado para la ocasión, golpeó con su báculo luminoso la puerta cerrada de la catedral. Lo hizo tres veces. Y el templo le respondió otras tantas con el salmo 121 de la Biblia, el canto de alabanza. A la tercera, las enormes puertas se abrieron al público cinco años después del terrible incendio que estuvo a punto de destruirlo por completo, descubriendo la impresionante reconstrucción. Nadie hubiera podido creer aquel día en una epopeya de tal magnitud.