La imagen, con la crudeza de cuando nada resulta impostado o teatralizado, es espeluznante. Miles de sirios caminan con prisa cuesta arriba durante kilómetros (los atascos impiden acercarse) para llegar cuando antes a Saidnaya, la prisión militar apodada “el matadero humano” en la que el régimen de Bachar el Asad mató a miles de personas y a la que solo ahora, tras su caída, pueden llegar en masa buscando desesperadamente noticias de los suyos, aferrados al rumor de que aún quedan miles de presos en unas celdas subterráneas.