Es ahí, ahí mismito. El Centro de Corrección y Rehabilitación (CCR) no está en un lugar perdido del planeta, está ahí, cerquita, en “La Isleta”, en el municipio de Moca. Otrora fue orgullo del sistema, autoridades locales visitaban las instalaciones, se ufanaban de lo que estaban logrando en el centro. El ideal de la rehabilitación para la reinserción social estaba cerca. Acuerdos con la Universidad de la Tercera Edad permitían estudios de psicología, derecho, educación, administración de empresas. Hubo talleres de ebanistería, mecánica, cursos técnicos, deporte, arte, la maravilla después de dejar atrás el encierro en la Fortaleza 2 mayo.
Poco a poco aquello fue deshaciéndose. La desidia e irresponsabilidad de los funcionarios competentes permitieron el descalabro. También el poder del crimen conspiró para el fracaso, no solo allá, sino en todos los centros que pretendían la transformación del sistema carcelario en la República Dominicana.
Aquel sueño cibaeño se sumó a la pesadilla de un sistema sin dolientes, con las constantes excusas y justificaciones.
La abulia y la codicia de la miseria organizaron una funesta apuesta. Los encarcelados, la mayoría sin sentencia, decidieron divertirse tentando la muerte. La competencia expondría la capacidad para inhalar, para consumir en el menor tiempo, la mayor cantidad de sustancias no controladas en la cárcel que antes fue un CCR. Y todos lo sabían, afuera y adentro.
Inútil preguntar quién llevó la droga, quien la distribuyó. Es más que sabido que el tráfico, la distribución, el consumo de sustancias prohibidas es incontrolable. No sólo en las cárceles, sino en el país. La atención se destina a descubrir toneladas y a los récords, aunque jamás identifiquen autores, rutas, origen y nos duerman con cuentos como los de León Felipe, para no decir mentiras porque suena irreverente.
El azar quiso que la hazaña trascendiera. Las reacciones que produjo el exceso en los menos resistentes fue la chispa. De nuevo el alboroto.
El envite en “La Isleta” es la reiteración de lo que ocurre en todos los recintos carcelarios sin la mención de aquellos espacios temibles, intocados, controlados por delincuentes que a ningún incumbente avergüenza. De manera continua se publican los informes que revelan las condiciones medievales en las ergástulas dominicanas y confirman el reinado del crimen.
El trabajo no es realizado por los perversos que quieren dañar la magna obra de purificación nacional, no, el trabajo es realizado por la Comisión de Cárceles de la Oficina Nacional de Defensa Pública. Cuando los sucesos son tan grotescos como aquel descubrimiento de un centro de comunicaciones y vigilancia en la penitenciaria más controversial y autónoma del país, prometen investigación. El resultado de la promesa todavía es secreto, quedó el estruendo contable, con cifras exactas, de las ganancias que produce la corrupción en la penitenciaria.
El guion de tan reiterativo aburre. Primero la indiferencia, después la designación de una comisión para investigar lo obvio, asimismo recuerdan la necesidad de un ministerio de justicia. Y siempre aparece el adalid del sistema penitenciario, una especie de supra poder, con sus recurrentes revelaciones. Variaciones sobre un mismo tema, oportunas para la distracción.
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